[...] y entonces la lluvia comienza a sombrear con su agua las calles de Burgos. De nuevo remonta un triste y nostálgico ambiente. Ya no luce el sendero arbolado; ni siquiera el reflejo de la alta espada.
No sonríen ni el cielo ni quien representa este en tierra. Y cuando agacho la cabeza desanimada, los charcos reproducen espejismos turbados de lo que no quiero mirar.
Aquello no es lo peor, lo peor son las sensaciones que se impregnan en cada uno de los poros de mi ya calado cuerpo. Esas sensaciones que se te aturullan en el estómago y se hinchan presionando tu interior para sacar la malicia después de extirpar las entrañas.
Si miro hacia arriba la blanca luz de las pocas nubes no grisáceas ciegan mis retinas indefensas. Y si miro hacia abajo caigo tristemente en el pozo de un simple charco callejero.
Me da la sensación de que me voy a hundir en uno de ellos, bien porque esté calada hasta los huesos o porque soy menos consistente que el agua.
Y no tengo más remedio que afrontar la situación y mirar hacia delante.
Al menos las pocas hojas de algún que otro árbol me pueden proteger de la intensa lluvia hasta llegar a mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
PD: